1.7.08

El nacionalismo de lo cotidiano

Estoy hasta los huevos de las banderas de España, de los gritos de soy español, los oeeeeeé, etc. Ayer estuve viendo un rato el recorrido de nuestros futbolistas triunfadores y la cosa era patética como pocas cosas se han visto. Centenares de miles de personas perdiendo el tiempo para pillar un reflejo lejano de unos futbolistas que, aunque hagan bien su trabajo, ayer sólo hacían el imbécil, imbuidos del espíritu del botellón y el deber cumplido.
Con los ojos ardiendo por tanto rojo y amarillo me volví a preguntar: ¿me siento español? No sé si me siento español, sólo sé que los ingleses, marroquíes o belgas me parecen raros a veces, pero también mi vecino del quinto.
Que hay cosas que no entiendo de las costumbres de otros pero menos de algunas españolas o incluso muchas de mi ciudad, empezando por la terrible mala educación de mis conciudadanos.
Y desde luego que, aunque me haya emocionado durante un rato con todo este follón de la Eurocopa, desde diez minutos antes de que la hubiesen ganado ya quería que la hubiesen perdido.
Llámenme antipatriota, porque lo soy. No entiendo como lo que hagan once tipos vestidos con los colores más feos del mundo futbolístico, que ni se parecen a mí, ni llevan mi vida, ni se comportan como yo me comportaría, tiene que definir mi esencia ni hacerme sentir orgulloso más allá del momento hormonal. Tampoco entiendo cómo puedo compartir categoría con todos los tipos que se volvieron locos -no ya al acabar el partido, sino horas y horas después- y demostraron que cualquier excusa es buena para liberar al imbécil que llevan dentro. Yo prefiero ir sacándolo moderadamente, que esto recordaba un poco a cuando los potentados tienen licencia para emborracharse en las fiestas del pueblo sin que nadie diga nada.
No pretendo que lo que defina a los integrantes de una nación los convierta automáticamente en una comunidad donde todos compartan valores. De hecho, pretender tal cosa, darla por supuesta, es una de las cosas que más me repugna de cierta derecha política. Sin embargo, para poder compartir alguna esencia primero hace falta entender que esta exista, y además reconocerla en el compatriota. Yo me pareceré en algo a Villa, seguro, y hasta que puede que en algo a Sergio Ramos, pero también en algo a un tipo que vive en Alaska, que casi seguro que me cae mejor. Pero claro, es que yo de esencias no entiendo mucho.
Sólo pido que se olvide pronto este festival del tópico y del miasma patriótico, y que dentro de nada estemos discutiendo en las esquinas sobre las hipotecas y lo malos malísimos que son ZP y Aznar, digo Rajoy.
Mientras, voy a ver que hace mi vecino del quinto.

5 comentarios:

Sergio Sánchez dijo...

900 euros + al año los que pagan hipoteca media.
El fútbol es el nuevo opio del pueblo, recuerden.
A ZP le viene que ni pintao.
Ser patriota no es sinónimo de patriotero, supongo que te refieres ésto último.

Rfa. dijo...

Creo que ya lo he dejado escrito por ahí, pero lo repito: a mí la Eurocopa me ha divertido mientras los futbolistas no hablaban. En cuanto han hablado, me he empezado a aburrir porque era mucho más divertido verles sudar a cámara lenta bajo la lluvia.
Lo del patrioterismo exacerbado que todo esto ha traído consigo ya me pilla a años luz, como a ti. Pero tengo que reconocer que prefiero mil veces ver la bandera de España ondear por la felicidad de un puñado de chavales borrachos que por cualquier motivo político. Míralo por el lado positivo, Miguel: durante un rato, la bandera ha vuelto a ser de todos.
Para terminar, dos cosas: los colores de la equipación de España no son feos, y los tipos de Alaska probablemente sean una panda de esquimales frikis. No sobrevaloremos lo raro, por dios.

Fliper dijo...

@jazznoize: me resulta muy tenue la diferencia entre patriota o patriotero, aunque creo recordar que un día me pareció importante esa distinción.

@rfa.: hombre la bandera era de todos porque no representaba nada que tenga que ver con una comunidad de individuos, sólo una cuestión hormonal. Para eso, de poco vale, y mejor que valga de poco.
Respecto a los colores del equipo, insisto en que son muy feos, no hay rojo más feo que el nuestro, y su combinación con el azul es tremenda.
Por último, lo de Alaska era sólo por poner un ejemplo lejano. E insisto, seguro que tengo más que ver con alguno de sus habitantes que con Villa. Y desde luego, valoro especialmente lo raro, simplemente porque no me aburre; pero en este caso la cosa no iba por ahí.

Sergio Sánchez dijo...

Que ganas con buscar lo que nos diferencia y no lo que nos une.

Rfa. dijo...

En realidad, Miguel, la selección llevaba un azul tan oscuro que pasaba por negro. Pero vamos, da igual. Cuando yo era un niño me compré una equipación con el número de Butragueño en la espalda y me hacía tan feliz que, por mucho que haya envejecido, todavía me enternezco a pensar en esos dos colores. Recuerdo especialmente los pantalones, de un azul eléctrico y con el gallo de Lecoq. Ay...