
El señor Camino ha hablado. Y ha dicho muchas tonterías, como es habitual. Esta vez ha generado polémica, al afirmar que entre sus filas hay muchos herejes sueltos, y que toca una ronda de excomunión. Pero por una vez tendremos que dar la razón a esta gente. Porque ha hablado de los suyos, y sólo de los suyos. Por una vez no nos ha dicho donde tenemos que introducir nuestro pene o lo que tenemos que hacer con nuestros espermatozoides a aquellos que pasamos de su salvador.
¿Por qué se ha levantado la voz ahora precisamente? Porque hay muchas personas, demasiadas, que identifican un leve miedo a la muerte con la religión mayoritaria en nuestro país. Miles, quizás millones, se consideran a sí mismos católicos y no lo son. No lo son porque usan condones, se tiran a la mujer del vecino -o al marido, o cualquier combinación posible- y cuando se casan tienen en mente el bodorrio y el banquete y no las responsabilidades de un matrimonio católico. No lo son porque mantienen con sus impuestos y sus afirmaciones una jerarquía caduca que permanentemente pretende invadir con sus dogmas morales en la vida privada y pública de los demás, mientras les dejen en paz y sus jefazos no les insulten a la primera de cambio.
Toda esta gente lo tiene fácil: dejen de creer que son católicos, y así no se darán por aludidos cuando el señor Camino pretende excomulgarles por aquel pecado de juventud. Y así, si realmente todos aquellos que se pasan el dogma por el forro y luego van de católicos por la vida abandonasen públicamente su falsa fe, no quedaría en nuestro país más que un puñado de extremistas de mal humor y un negocio en quiebra.